Saber solamente sentir, es ignorar el mundo.

martes, 2 de abril de 2013

Rombos.

Ella esperaba en el balcón mirando la ciudad que se perdía al alcance de su vista. Las luces se difuminaban ante el humo de su cigarrillo, olía a tabaco y alcohol y a un intento desesperado de recordar cuál era su sueño antes de llegar allí, en aquella habitación de mala muerte, en un barrio tan apartado de la civilización, la sociedad, el respeto, o el afecto, donde solo conocía al cartero. Un chico corría con un bolso en la mano, mientras otros dos se pasaban polvos mágicos en el callejón de enfrente. Sirenas que cantaban a lo lejos, gritos que se desvanecían en la noche.... El primer aire frío del otoño le ponía los pelos de punta, y se abrazaba a sí misma para calentarse. Echó una mirada indiscreta a la luna y débilmente sonrió, aun sabiendo todo lo que dejó atrás.

Él abrió la puerta, dejó las llaves en la mesilla de la entrada y se quitó el chaleco; en la cocina, se echó un chorro de café en el vaso, y de un trago se lo terminó. Había polvo en la mesa, y hierba en el salón, pero solo la botella de whisky despertó su interés. La agarró por el cuello y se la llevó a los labios, y al llegar a la habitación la vio ahí, tan preciosa para él como el primer día. Su pelo moreno y largo se confundía con sus curvas redondeadas; era su Afrodita, y como en un cuadro de Botticelli su cadera seguía el ritmo sutil y perfecto del resto de su cuerpo, tan delicada, tan firme… La abrazó por la cintura, le dedicó su suave aliento en la nuca, junto al susurro de un "princesa". Ella se dio la vuelta y le miró, clavándole los ojos marrones que hacía dos años le miraban con la misma pasión que ahora, y que hacían que los suyos brillaran como las estrellas. Los problemas de su cabeza se esfumaban al tocar su cabello y notar como él la apretaba contra la pared mientras sus pechos se hundían en él.
Se miraron con un amor que traspasaba como una flecha sus almas mientras se besaban con ternura. Él la empujó aún más contra la pared y la levantó agarrándola por el culo hasta unir cintura con cintura; ella le abrazaba con las piernas y atenazaba su cadera, hasta notar como la apretaba. La lanzó consigo hacia la cama donde se tumbaron en la misma posición, mientras seguían besándose cada vez con más ansia. Él recorría desde su dorsal hasta sus muslos todo su cuerpo con los dedos mientras ella, siguiendo este ritmo, movía su vientre como las ondas del agua, y al tocar el muslo con la yema de sus dedos él subió y le bajó despacio el pantalón mientras besaba cada parte del cuerpo que ella tenía al descubierto. Le dejó aquellas bragas con encaje que tanto le gustaban y subió hasta sus labios otra vez mientras sus dos dedos la tocaban por encima del encaje con fiereza; ella cerró los ojos con el primer roce, y al abrirlos pasó sus manos por la espalda de él, quitándole la camiseta cuando llegó abajo. Le besó el pelo, él le recorría la espalda y los hombros y bajaba hasta tocar su cuello. Mientras él no dejaba de tocarla, ella le agarraba la espalda, con fuerza, cada vez que el apretaba sus dos dedos contra sus partes haciéndola suspirar.

Él paró, la levantó hasta sentarla y la quitó la camiseta para ver el juego que hacia su sujetador con la parte de abajo, un precioso sujetador negro de encaje que quedaba en perfecta armonía con su piel blanca y el pelo moreno que caía en sus pechos. Se desabrochó el cinturón dejando respirar al paquete que ya le apretaba el vaquero, y ella le terminó de desabrochar y le agarró con fuerza mientras él se calentaba y metía su mano por debajo de las bragas de ella. Cuando metió un dedo, ella apretó, lo que le hizo levantarse y quitarse el pantalón mientras ella se ponía de rodillas abriendo las piernas tanto que podía tocar con sus pares la cama. A él cada vez le abultaban más los bóxers, y aunque los dos pensaban que sobraba, prefirieron seguir caldeando el ambiente.

Ella se acercó a él, todavía arrodillada, y le empezó a besar debajo del ombligo mientras le bajaba los bóxers. Sabiendo lo que iba a pasar, él la agarraba por cabeza y la acariciaba el pelo; ella se la sujetó con fuerza y le miró con esa cara que solo ella sabía poner, haciéndole morderse el labio. Acercó su cabeza a él y se metió su miembro en la boca mientras la acariciaba y jugaba con la lengua en su punta. Se la metió entera en la boca y meneaba la cabeza cada vez mas rápido mientras él tenía una expresión cada vez más lasciva en la mirada. Cuando él estaba a punto de correrse, ella se la sacó y le acarició con la punta de la lengua el frenillo, causándole un placer que apenas podía soportar. Ella lo sabía y le gustaba, le hacía sentirse más poderosa en la cama. Él, sin poder contenerlo más, se corrió en la rojez de sus labios; ella lo saboreó con incesante lujuria y tragó. Entonces él se quitó los bóxers de los tobillos y la arrojó a ella al cabecero de la cama, se tumbó encima y la tocó como quien toca una guitarra, bajando hasta quitarle las bragas. Con un rápido y fuerte movimiento de manos le abrió las piernas y acaricio sus muslos hasta llegar al agujero por el que introdujo un dedo mientras no dejaba de acariciarle con otro de la misma mano el clítoris. La miraba a los ojos mientras ella suspiraba con pequeños y jadeantes gemidos de pasión. Se acercó, y sin dejar de llevar el ritmo de los dedos que se introducían cada vez más fuerte en ella, le empezó a lamer los labios y después arriba, mientras ella sin poder evitarlo cerraba sus paredes y él lo evitaba metiéndole ahora dos dedos y empujando con fuerza. Siguió hasta que ella le agarró del pelo sin aguantar más y gimió; antes de que ella se corriera, él paró y desabrochó el sujetador. Sus pechos parecían dos apetecibles manzanas, y empezó a lamerle los pezones mientras ella, sin poder aguantarlo se tocaba. Él se acerco a su cara y la miró, y entonces la besó con ese amor que solo él la daba. Agarrándose su miembro con la mano, la penetró suavemente hasta el fondo mientras observaba como sus ojos se cerraban y su boca se abría en un pequeño gemido, él siguió, cada vez más fuerte, hasta que ella le agarró por la espalda y desde los hombros le arañó con soberana lascivia toda la dorsal. Al llegar abajo empezó a gemir mientras aclamaba su nombre. Se le encendieron los ojos como a una pantera y se la sacó, le dio a él media vuelta y lo tumbó, sentándose encima y restregando su cuerpo contra el de él. Se la metió como un animal salvaje y empezó a botar sin previo aviso. Él, mientras, le agarraba los pechos, y disfrutaba su suerte, empujándola a ratos hacia arriba, y ella gemía y seguía aún más fuerte con el ansia de dominarle.

Y así entre postura y postura aquello se convirtió en una batalla infinita por el poder del otro. Ella se movía como una fiera fuera cual fuera la posición en que él la pusiese, y él era el rey de la cama aunque ella se negara, porque en el fondo eso la excitaba. Ella subió las piernas a sus hombros, él la levantaba y la ponía contra la pared mientras la empujaba más fuerte, sin saber cuantas veces se habría corrido desde que empezaron, pues no podían parar. Las gotas de sudor corrían por sus cuerpos: las de ella caían encima de él, las de él se deslizaban por los pechos de ella… Se perdía la mirada entre sus cuerpos, que ya no se distinguían el uno del otro, y sus cabellos se mojaban con el sudor de sus frentes, ella gemía placeres, mientras él la empotraba contra el marco de la cabecera de la cama y la levantaba con cada empujón.

Y cuando ya no supieron que más hacer, y por un ápice de segundo se sintieron saciados, él la abrazo y la tumbó a su lado. Entonces la tapó con sus manos y se miraron. Ella suspiró. Ninguno de los dos dijo nada, y ella al cabo de un tiempo, casi eterno, dijo:

– Buenos días, mi amor, ¿qué tal en el trabajo?
Él sonrió, la besó, y respondió:
– Como siempre.
Entonces los dos se volvieron a besar, y se quedaron dormidos después de un último te amo.

La esperanza de Selene.

Corro entre sequitos de tinta negra buscando mi fría soledad,
 arruinando el lento paso de la arena para ante mi muerte despertar,
escalofrios  de ternura que no adornan mi pobre alma rota,
 sofocada y consumida por el triste paso del invierno,
 paso mis noches admirando el hervor de un sufrimiento eterno,
 anhelando el llanto, ese dolor que desgarra mis pupilas,
 sentir como quema la sangre en mis labios desbordando la herida hacía mi vientre,
 reduciendo a cenizas aquello en lo que Selene su pecado vierte.

Hombre.

Como el alcohol, los sentimientos, me hacían dar tumbos la cabeza hasta querer dormir, o vomitar, no se que era peor, si el sueño: un mundo en el que te dan deseos perecederos, te ponen en la palma de la mano tus cumbres, grandiosas y bellas, y te las arrebatan entre pitidos de tecnología y absurda rutina. O simplemente un Pequeño, efímero y realista dolor de jugos gástricos en la garganta. Si ya no se, cada vez me enfrasco más y más mientras mis metas huyen de  mi cabeza como hipsipila escapando de lo que le dio la vida. !Hay está! Lo que te dio la vida,  ¿utópico verdad? Amar, a lo que sin que lo hagas te ama, besar, a lo que sin labios te besa, perdonar, a quien sin un mero reproche, te recoge tus <lo siento>. Así rasgando el vientre de tu madre, con excusas de tu vida, te salvas. Ay... el hombre, que bello ser y que cruel en sus regocijos, que hermosa su frialdad y su compasión, que extraordinario elemento de la naturaleza, que insignificante hijo del mundo, y que narciso el que cuelga de su cepa.