Saber solamente sentir, es ignorar el mundo.

viernes, 31 de enero de 2014

El espíritu de la vida

Me escondía entre los arboles y le veía en la puerta sentado, tan misterioso y como un libro abierto, un gran sombrero marrón cubría con una sombra su mirada, hasta el filo en el que se terminaban esos ojos marrones que me miraban desde abajo, con una mano sobre la rodilla su cuerpo se fundía suavemente con el rozar del primer sol, su ropa como un manto ceñido en la tierra, y una ramita de romero entre los dientes, su estar era casi imperceptible pero su ausencia, más que evidente, aunque apenas levantaba mirada en el día, en la noche alzaba sus ojos a la luna y sin decir palabra le aullaba, como al cantar de una tierra prometida como al sufrimiento de un recuerdo olvidado. Cada noche, solo por ver sus ojos, que sin ser el edén de mis días, me llenaba de tranquilidad el mirarlos me agachaba cerca entre los arboles y contemplaba el plenilunio reflejado en su mirada. Y un día al levantarme sin ni siquiera darme cuenta volvió a pesarme el corazón, andando hacia la ventana observe la puerta y como vino así se fue, no creí que tuviera tanta suma de importancia pero cuando note su ausencia y vi en el rayar del sol su pelo fundido a caramelo con las ramas de los arboles, algo en mi se había ido y sabia por más que lo negara que se fue con él. Cogí mi capa y corrí hacia el bosque entonces aspire su aroma, nunca me había fijado pero ese era un dulce aroma olía a tierra a viento a rio, olía al mar y a las estrellas al sol y a la luna, olía el mundo a mis pies y lo seguí entonces me encontré ante un pequeño árbol, de aspecto firme y joven, y en su falda una rama de romero, entonces lo comprendí, aquella felicidad, aquel placer de la vida tan sencillo como los ojos de aquel hombre, tan suyos, y a la vez tan míos. El mínimo detalle, hace la obra de arte tan hermosa, que puede llegar a ser la vida.

Vacio.

Escribir me sabe a poco, llorar me sabe a poco, todo me sabe a poco desde que ya no sé si sé sentir. Tan vacía que ya no puedo describir y mis musas en sus manos en su lecho han de morir. No me deja percibir, y la cordura como uno de mis más viles fantasmas acosa el placido descanso de mi alma que yace serena y brillante sobre las aguas, arrastrándola hacia el fondo del abismo, la consume, la quema y la devuelve a ser una pieza más del gran puzzle de la realidad, mientras ella, busca en lo poco que su mente acoge del mundo un ápice de luz un destello en la penumbra que la saque de esta cruz que la ayude a sentir, que la bese el alma y la despierte, para dormirle en su cuna de marfil, y caer y caer, al despertarse, volver a nacer.

...

Me arrepiento en cada verso, de haber escrito el anterior,
repasan mis manos un sin fin de notas que aun no puedo dominar,
me angustia el lascivo abrazo de los que me observan.
Humillante es el fracaso, cuan vergonzoso el no calcar lo que unos pocos desean.
¡Qué errata! ¡Qué desliz!
¿Y ahora qué? Oh, versos míos,
Que ya no servís en mi vida
Oh, adorada poesía ya nadie entiende tus quehaceres en mi tinta.
Y si me advierte el audaz despistado que mi don yo no he de dar por hallado,
guardaré mi pluma en el roble
y allí morirá.

Porque, en estos días, si nadie lo entiende no es poesía.

miércoles, 26 de junio de 2013

Prisión de ensueño.

Cogí esta pluma, para hacer brotar mis versos como espuma,
y con rapidez suma, darte besos en la nuca,
para recitarte a media voz, los versos de Neruda.

Y en ese rojo ardiente que recogí de tu dulzura,
cuyo calor inminente, derretía la figura de mi vela,
desprendía libertad como los versos de Espronceda.

Y sellando con amor tus labios de seda, blandía la espada,
para recuperar, si quieres, su corazón, el que tu tienes.
Y dejarte pura, desnuda toda como poesía de Juan Ramón Jiménez.

Mas me quedé sola, como tantas otras veces,
atada a mi tintero, con esposas y grilletes,
hasta convertirme en lírica, cual musa de Becquer.

Y derretir el tiempo, en la pintura a veces,
y si soñar puedo, con un gran galeón,
hacer reales mis sueños en  la prosa de Bretón.

Al gritar himnos de gloría a un dios blasfemo,
se barrió, mi cordura hasta el vertedero,
para besar la locura con Leopoldo María Panero.

A Isma, con amor.

domingo, 16 de junio de 2013

Amado mio...

"Me recoge tu llanto, amado mío, se que esperas, angustiado volver a verme."
Y qué voy yo a hacer si esto ya es por sí sólo pura calumnia y tus palabras, desde el ardor de otra hoguera, aún desde lejos, me queman, mas no te preocupes, a esta dama ya nada la mata pues ya estoy muerta. Nada me evoca, tan solo mi regreso, mas se que está lejos, demasiado lejos... seguiré, en esta jaula encerrada, prisionera de esta cueva a la que ordinariamente llaman mundo.

Querido, no sé si el radiante sol sigue saliendo cada mañana a darte un beso de mi parte, o si la luna satisface tus deseos en la noche, mas solo puedo soñar con el hecho de que aguardes mi venida, aunque cínicas palabras son las que vienen a mi mente, perdóname.
En esta historia, de libros miles y ninguno escrito, ya vivaz y cansada florece de mis dedos y yace tierna en tu mente, pues solo puedo contarte una vida entre millones que un día fueron, y no dejarán de ser, parte de una sola, y que no serán jamás, jamás más que un destello en la penumbra o una sombra en la mañana, jamás más que un mendigo o una sucia fulana. Pues despojan de sus madres a los hijos y la distancia se mide en rodajas de pan, solo veo, lo que a mis pies tengo, sufrimiento, horror y muerte, esfuerzos en vano.

Hoy, entre el olor del pescado crudo y la sangre reseca de la acera, me encontré con una dulce caperuzza en una calle sin salida, sus pies manchaban el barro, su vestido cían rozaba los charcos con sus flecos, carbón en la cara y el azul y verde del mar en sus ojos, recubiertos por sus oscuros cabellos de seda, su mirada en el mar profundo hundida, se sumían aun más entre sus lágrimas por un nonato de su madre dormido, en su pelo negro, que le recubría cara y manos, sus heridas de dura enseñanza en cuello y brazos. "Pequeña, tanto que con sus males este mundo te arremetió, con su dura cepa te golpeó, y el narcisismo no le deja ver en ti sus desgracias". Acuosos ojos de miedo, clavaban en mi, un terror tan profundo a seguir andando. Sin aviso, se desplomaba en el suelo aquella infante criatura, en mis brazos la cogí, en el suelo rendida manchándose de nieve y de polvo, entreabría los ojos a duras penas y sus pupilas dilatadas intentaban dar con un atisbo de amor, se agarró débilmente de mi manga grasienta, mas sus frágiles manos no pudieron aguantar, con aquel último aliento que en ella exhalaba.

martes, 2 de abril de 2013

Rombos.

Ella esperaba en el balcón mirando la ciudad que se perdía al alcance de su vista. Las luces se difuminaban ante el humo de su cigarrillo, olía a tabaco y alcohol y a un intento desesperado de recordar cuál era su sueño antes de llegar allí, en aquella habitación de mala muerte, en un barrio tan apartado de la civilización, la sociedad, el respeto, o el afecto, donde solo conocía al cartero. Un chico corría con un bolso en la mano, mientras otros dos se pasaban polvos mágicos en el callejón de enfrente. Sirenas que cantaban a lo lejos, gritos que se desvanecían en la noche.... El primer aire frío del otoño le ponía los pelos de punta, y se abrazaba a sí misma para calentarse. Echó una mirada indiscreta a la luna y débilmente sonrió, aun sabiendo todo lo que dejó atrás.

Él abrió la puerta, dejó las llaves en la mesilla de la entrada y se quitó el chaleco; en la cocina, se echó un chorro de café en el vaso, y de un trago se lo terminó. Había polvo en la mesa, y hierba en el salón, pero solo la botella de whisky despertó su interés. La agarró por el cuello y se la llevó a los labios, y al llegar a la habitación la vio ahí, tan preciosa para él como el primer día. Su pelo moreno y largo se confundía con sus curvas redondeadas; era su Afrodita, y como en un cuadro de Botticelli su cadera seguía el ritmo sutil y perfecto del resto de su cuerpo, tan delicada, tan firme… La abrazó por la cintura, le dedicó su suave aliento en la nuca, junto al susurro de un "princesa". Ella se dio la vuelta y le miró, clavándole los ojos marrones que hacía dos años le miraban con la misma pasión que ahora, y que hacían que los suyos brillaran como las estrellas. Los problemas de su cabeza se esfumaban al tocar su cabello y notar como él la apretaba contra la pared mientras sus pechos se hundían en él.
Se miraron con un amor que traspasaba como una flecha sus almas mientras se besaban con ternura. Él la empujó aún más contra la pared y la levantó agarrándola por el culo hasta unir cintura con cintura; ella le abrazaba con las piernas y atenazaba su cadera, hasta notar como la apretaba. La lanzó consigo hacia la cama donde se tumbaron en la misma posición, mientras seguían besándose cada vez con más ansia. Él recorría desde su dorsal hasta sus muslos todo su cuerpo con los dedos mientras ella, siguiendo este ritmo, movía su vientre como las ondas del agua, y al tocar el muslo con la yema de sus dedos él subió y le bajó despacio el pantalón mientras besaba cada parte del cuerpo que ella tenía al descubierto. Le dejó aquellas bragas con encaje que tanto le gustaban y subió hasta sus labios otra vez mientras sus dos dedos la tocaban por encima del encaje con fiereza; ella cerró los ojos con el primer roce, y al abrirlos pasó sus manos por la espalda de él, quitándole la camiseta cuando llegó abajo. Le besó el pelo, él le recorría la espalda y los hombros y bajaba hasta tocar su cuello. Mientras él no dejaba de tocarla, ella le agarraba la espalda, con fuerza, cada vez que el apretaba sus dos dedos contra sus partes haciéndola suspirar.

Él paró, la levantó hasta sentarla y la quitó la camiseta para ver el juego que hacia su sujetador con la parte de abajo, un precioso sujetador negro de encaje que quedaba en perfecta armonía con su piel blanca y el pelo moreno que caía en sus pechos. Se desabrochó el cinturón dejando respirar al paquete que ya le apretaba el vaquero, y ella le terminó de desabrochar y le agarró con fuerza mientras él se calentaba y metía su mano por debajo de las bragas de ella. Cuando metió un dedo, ella apretó, lo que le hizo levantarse y quitarse el pantalón mientras ella se ponía de rodillas abriendo las piernas tanto que podía tocar con sus pares la cama. A él cada vez le abultaban más los bóxers, y aunque los dos pensaban que sobraba, prefirieron seguir caldeando el ambiente.

Ella se acercó a él, todavía arrodillada, y le empezó a besar debajo del ombligo mientras le bajaba los bóxers. Sabiendo lo que iba a pasar, él la agarraba por cabeza y la acariciaba el pelo; ella se la sujetó con fuerza y le miró con esa cara que solo ella sabía poner, haciéndole morderse el labio. Acercó su cabeza a él y se metió su miembro en la boca mientras la acariciaba y jugaba con la lengua en su punta. Se la metió entera en la boca y meneaba la cabeza cada vez mas rápido mientras él tenía una expresión cada vez más lasciva en la mirada. Cuando él estaba a punto de correrse, ella se la sacó y le acarició con la punta de la lengua el frenillo, causándole un placer que apenas podía soportar. Ella lo sabía y le gustaba, le hacía sentirse más poderosa en la cama. Él, sin poder contenerlo más, se corrió en la rojez de sus labios; ella lo saboreó con incesante lujuria y tragó. Entonces él se quitó los bóxers de los tobillos y la arrojó a ella al cabecero de la cama, se tumbó encima y la tocó como quien toca una guitarra, bajando hasta quitarle las bragas. Con un rápido y fuerte movimiento de manos le abrió las piernas y acaricio sus muslos hasta llegar al agujero por el que introdujo un dedo mientras no dejaba de acariciarle con otro de la misma mano el clítoris. La miraba a los ojos mientras ella suspiraba con pequeños y jadeantes gemidos de pasión. Se acercó, y sin dejar de llevar el ritmo de los dedos que se introducían cada vez más fuerte en ella, le empezó a lamer los labios y después arriba, mientras ella sin poder evitarlo cerraba sus paredes y él lo evitaba metiéndole ahora dos dedos y empujando con fuerza. Siguió hasta que ella le agarró del pelo sin aguantar más y gimió; antes de que ella se corriera, él paró y desabrochó el sujetador. Sus pechos parecían dos apetecibles manzanas, y empezó a lamerle los pezones mientras ella, sin poder aguantarlo se tocaba. Él se acerco a su cara y la miró, y entonces la besó con ese amor que solo él la daba. Agarrándose su miembro con la mano, la penetró suavemente hasta el fondo mientras observaba como sus ojos se cerraban y su boca se abría en un pequeño gemido, él siguió, cada vez más fuerte, hasta que ella le agarró por la espalda y desde los hombros le arañó con soberana lascivia toda la dorsal. Al llegar abajo empezó a gemir mientras aclamaba su nombre. Se le encendieron los ojos como a una pantera y se la sacó, le dio a él media vuelta y lo tumbó, sentándose encima y restregando su cuerpo contra el de él. Se la metió como un animal salvaje y empezó a botar sin previo aviso. Él, mientras, le agarraba los pechos, y disfrutaba su suerte, empujándola a ratos hacia arriba, y ella gemía y seguía aún más fuerte con el ansia de dominarle.

Y así entre postura y postura aquello se convirtió en una batalla infinita por el poder del otro. Ella se movía como una fiera fuera cual fuera la posición en que él la pusiese, y él era el rey de la cama aunque ella se negara, porque en el fondo eso la excitaba. Ella subió las piernas a sus hombros, él la levantaba y la ponía contra la pared mientras la empujaba más fuerte, sin saber cuantas veces se habría corrido desde que empezaron, pues no podían parar. Las gotas de sudor corrían por sus cuerpos: las de ella caían encima de él, las de él se deslizaban por los pechos de ella… Se perdía la mirada entre sus cuerpos, que ya no se distinguían el uno del otro, y sus cabellos se mojaban con el sudor de sus frentes, ella gemía placeres, mientras él la empotraba contra el marco de la cabecera de la cama y la levantaba con cada empujón.

Y cuando ya no supieron que más hacer, y por un ápice de segundo se sintieron saciados, él la abrazo y la tumbó a su lado. Entonces la tapó con sus manos y se miraron. Ella suspiró. Ninguno de los dos dijo nada, y ella al cabo de un tiempo, casi eterno, dijo:

– Buenos días, mi amor, ¿qué tal en el trabajo?
Él sonrió, la besó, y respondió:
– Como siempre.
Entonces los dos se volvieron a besar, y se quedaron dormidos después de un último te amo.

La esperanza de Selene.

Corro entre sequitos de tinta negra buscando mi fría soledad,
 arruinando el lento paso de la arena para ante mi muerte despertar,
escalofrios  de ternura que no adornan mi pobre alma rota,
 sofocada y consumida por el triste paso del invierno,
 paso mis noches admirando el hervor de un sufrimiento eterno,
 anhelando el llanto, ese dolor que desgarra mis pupilas,
 sentir como quema la sangre en mis labios desbordando la herida hacía mi vientre,
 reduciendo a cenizas aquello en lo que Selene su pecado vierte.