Saber solamente sentir, es ignorar el mundo.

sábado, 29 de diciembre de 2012

Mi sol de media noche

Hoy, como tantas otras noches de nostalgia,
mecía mis pensamientos con la razón y la constancia.
Me deleitaba el suave tono de un violín,
con Chopin en los labios,
y rubíes en las manos.

El viento de la noche moldeando mi alma con dulzura,
y la sórdida tranquilidad de la sonrisa de una estrella.
Y así mis lágrimas cesaron,
 con la imprudencia de una curvatura en mi comisura derecha.

Y en ese instante, la luna nueva, brillo como un sol de mediodía.

martes, 18 de diciembre de 2012

Lácrima.

Y te caíste entre las ramas del olivo, dejando con tu piel entre las hojas del olvido, que se marchita poco a poco el latido del corazón, y te deja guellas blancas en la imaginación, agachas la cabeza y echas a andar esperando que unas manos tibias te levanten la barbilla y te vuelvan a besar, o un abrazo del sol por la mañana que te haga sentir viva. Pero sentada en un rincón, como la muñeca que la niña guardó en el cajón.Y se durmió, el dulce amor en tus abrazos y el suave contoneo de mi cuerpo con tus manos, ¿Un pañuelo de lágrimas?, cada gota del rocío en la que se esconde mi llanto, para no sentirme vacía, me miro cada dia y me escribo una palabra en la cabeza, pensando que así, se romperá la triste tela que cubre
el alma para no sentirse sola escribo que estoy llena y yo sola me lo creo pero desde aqui sentada veo, que sigo teniendo miedo, de caer en el olvido.

No has matado a nadie

Mike iba de camino al casino, mientras se fumaba el último cigarro de su pitillera. Era un ludópata, un egocéntrico, un creído con todas las malas ganas del mundo pero mantenido al margen con su presuntuosa cara de bondad indefinida, “Ingenuos”, piensa. ¿Qué iba a pensar si no, si maneja nuestras mentes como quien mueve una graciosa marioneta circense? Esperaba con tranquilidad y cinismo la aceptación de otra de sus damas -así le daba por llamarlas-, mientras, miraba ensimismado las luces lejanas del establecimiento al que se dirigía. Las calles húmedas por el chaparrón veraniego de la mañana hacían sonar sus pies encharcados en la calzada, se oían sirenas a lo lejos, y derrapes de coches en la calle de enfrente. A pesar de ello, no distrajo su atenta mirada del suelo mientras pasaba por callejones en los que se podía escuchar el sonido de las ratas entre los cubos de basura. No tardo mucho en entrar al bar a por su siguiente paquete de tabaco; al entrar al bar se notaba con facilidad el olor a cigarrillos, a cerveza, a colonia de prostituta, y un desagradable aunque pasable olor a sudor. No tenía nada especial: era un simple bar, con su borracho, su posadero, y sus clientes. Paseó la mirada atentamente por el lugar mientras seguía echando monedas, y cuando hubo recogido el paquete levantó la mirada y ahí estaba. No se había dado cuenta, pero una preciosa mujer daba a conocer su belleza en un taburete de la barra iluminando todo el bar. A Mike se le ocurrió que podía tomarse algunas copas antes de llegar.
Se sentó un taburete alejado de ella y pidió una caña bien fría. La miraba de vez en cuando de reojo, y dios, era preciosa, con el pelo negro, la mirada de ojos glaucos, una cintura estrecha y ancha cadera, piernas con unos muslos de anchura perfecta… El carmín rojo que enmarcaba unos labios gruesos y provocadores, y aquella forma de mirar tan indiferente y fría, y a la vez tan caliente… Todo lo adornaba un vestido rojo de bajo corte, y unos tacones negros alargaban su preciosa escultura, que parecía haberse tallado en marfil. Sin previo aviso ella le miró, notando que la observaba, soltó una leve sonrisa de indiferencia y añadió:
- Hola. –dijo a la vez que sonreía sin dejar de mirar su copa.
- Ermm, yo no… no pretendía…
- No importa –interrumpió-. No has matado a nadie.
- Supongo… Hola, soy Mike.
- Neira, encantada. No te he visto antes por aquí, ¿no?
- Será porque no has querido.
- Será… -dijo ella, mientras dejaba de sonreír.
Entonces se levantó y se marchó. Mike la miraba, era impactante. Tenía el culo tan redondo como una pelota antiestrés, y daban las mismas ganas de estrujarlo. Se levantó y se dirigió a ella:
- Espera –ella se dio la vuelta-. ¿Querría la señorita pasar esta agradable velada conmigo?
- Puede que sí, o tal vez no. Tendrá que convencerme.
A Mike aquel juego le pareció extrañamente excitante, y decidió seguir jugando. Lo que os dije: un ludópata. Fue hacia ella y la miró con aquél aire egocéntrico que tanto asqueaba, y que a la vez les ponía tan cachondas a ellas.
- ¿Adónde vamos? –dijo ella con una mirada inocente.
- No lo sé… ¿Vives cerca de aquí?
- ¿Acaso importa?
- Más de lo que imaginas –replicó él.
- ¿Siempre eres así con todas las mujeres?
- ¿Cómo que “así”?
- Pues tan… creído –se rió-. No importa, me gusta.
Aunque incluso su mirada prometía sexo en aquel momento, se mordió los labios para terminar de crear el efecto. Esa noche, Mike había triunfado.
Mientras andaban, las piernas de ella eran lo único que se veía. Eran tan bonitas que cualquier otra cosa dejó de verse, y Mike ya no notaba ni el resplandor de las luces nocturnas en los charcos de las alcantarillas: solo existían ella y aquel ceñido vestido rojo que enmarcaba su cuerpo como un papel envolviendo un helado de dulce chocolate. Tan dulce… a ella también pretendía comérsela. ¿Y quién no?
- ¿Sabes, Mike? –dijo, sin dejar de mirar hacia delante- Voy a enseñarte mi casa. Te gustará.
- ¿Ah, sí?
- Sí. Es muy bonita.
- A mí no me vengas con tonterías adolescentes. Somos mayorcitos, sabemos en qué va a acabar todo esto.
Mike ya estaba empapado en impudicia, se había olvidado completamente del juego, del casino, de la chica con la que había quedado allí… Neira le tenía absorto, no podía perderse la oportunidad de estar en la cama con semejante mujer. Iba a ser el mejor polvo de su vida, podía olerlo. Pensaba en todo lo que iba a suceder, mientras entre ellos se clavaba un intenso silencio nada incómodo.
Ella seguía con su cara fría e indiferente, enmarcada en un cuerpo tan sexy como nunca antes había visto en otra mujer. No era de esas chicas que te impactan al verlas y luego resultan ser preciosas… No, ella era diferente, imposible de definir; cada vez que la mirabas era como si acabaras de verla por primera vez, como un chicle al que nunca se le acababa el sabor, y que masticarías hasta que se te cayese la lengua a pedazos.
Se paró en uno de los portales y le hizo una señal a Mike para que la siguiera. Entraron y empezó a subir las escaleras; otra vez, aquellas caderas se contoneaban con cada escalón, moviendo sin parar sus preciosas piernas. Al subir, su culo quedaba justo frente a la cara de Mike, que se sentía en el paraíso. Llegaron al segundo portal del cuarto piso, ella se llevó la mano al escote, donde tenía escondidas las llaves, y entraron. Era un apartamento no demasiado grande, normal, nada fuera de lo común, aunque con un cierto olor a podrido, que Mike supuso sería típico del vecindario, o algo por el estilo. Ella se contoneaba por el pasillo mientras se desabrochaba la cremallera que caía por su espalda, sabiendo perfectamente que él la estaría mirando. Entonces echó la vista atrás y le guiñó el ojo, mientras se mordía el carmín de los labios.
- Ven, cariño -dijo con una voz que volvería eyaculador precoz a cualquiera-. Tengo un jueguecito que enseñarte.
Mike empezó a quitarse la chaqueta y la camiseta dejándolos en el perchero de la entrada, y la siguió hasta el salón. Allí, ella esperaba con un antifaz en la mano.
Al ver que llevaba puesto un picardías, y un corset con aquel tanga y unas ligas, todo en negro y con detalles del encaje en rojo, resaltando con su piel blanca, Mike pensó que iba a correrse.
- Ven, siéntate –dijo ella, señalando una silla con ruedas del salón.
Cuando él la hizo caso, comenzó a atarle a la silla de pies y manos, completamente prieto. Le bajó los pantalones, viendo que ya había montado la tienda de campaña. Empezó a moverse, agarrándole por los hombros y meneando suavemente las caderas, y se le acercó poniéndole los pechos en la cara, besándole, lamiéndole los labios, mordiéndole con lascivia. Se dio la vuelta y se quitó el tanga; Mike estaba deseoso de agarrar aquel culo con las manos, y poder azotarlo y estrujarlo para comprobar lo blando que era. Ella sola empezó a hacerlo, posando sus nalgas contra su paquete, y restregándose en él mientras lanzaba pequeños gemidos cuando aquel bulto que dejaba en los calzoncillos el masajeaba el coño. Volvió para terminar de bajarle los pantalones y entonces se la metió en la boca y paseó su lengua por todo el pene, haciéndole estremecerse. Él la miraba y la llamaba “guarra”, a lo que ella respondía sonriendo con picardía y lamiéndole el frenillo del capullo, produciéndole un intenso e insoportable placer.
Cuando él estuvo a punto de correrse, ella paró, y se la agarró con fuerza; después de mirarle un instante, se puso de cara a la pared, con su espalda hacia Mike, se la metió y empezó a botar encima de él como una pelota. Siguió moviéndose sin parar; Mike estaba a punto de correrse y ella siguió aún con más fuerza. Cuando él estaba a punto de decirla que le soltara para poder agarrarla bien el culo mientras hacía eso, ella cerró las paredes de su vagina, estrujándole el miembro y haciendo que se corriera. Después, el siguió totalmente cachondo, mientras ella botaba encima de él como antes. Cuando ya apenas podía soportarlo, ella paró en seco.
- ¿Te ha gustado?
- Joder… Pues claro. Me ha encantado. Eres auténtica, cielo.
Ella sonrió y añadió:
- Voy a enseñarte otro juego, ¿quieres?
- Buff, claro que quiero, nena.
- Déjate llevar –dijo ella mientras le ponía el antifaz, y arrastraba la silla en la que estaba sentado a otra habitación.
- Mike, cielo, vamos a jugar a los médicos –dijo con una voz perturbadora, aunque igualmente sexy-. Uy… Tiene usted algo aquí abajo –dijo agarrándola-, creo que tendremos que tratarlo.
Se la metió en la boca y empezó a chupársela. Después de un minuto se levantó y dijo:
- Me temo que esto no sirve, tendremos que extirpar, mi amor, te haremos una circuncisión.
- ¿Qué dices? Estás bromeando, ¿no? –dijo Mike, que no veía nada, al extrañarle el comentario.
- Tranquilo, solo estoy jugando. No te dolerá demasiado.
Se escuchó un sonido metálico, y Mike empezó a asustarse.
- ¡Para! ¿Qué estás haciendo?
Ella le puso un calcetín sucio en la boca y le quitó el antifaz. Llevaba un bisturí en la mano.
- Shhh… Tranquilo, nene.
Notó el frío acero del bisturí acariciando el prepucio, apretando poco a poco e hincándose en este. Ella le agarró el pene y apretó con más fuerza, mientras Mike hacía un leve intento de gritar. La sangre manaba débilmente de la herida, que de momento no era demasiado profunda. Seguía sangrando, mas ella hacía cada vez más fuerza. Mike quería gritar, pero ella le empujó aún más el calcetín en la boca; él intentó tirarse al suelo de forma brusca, y cayó con un dolor insoportable en sus partes.
Al darse la vuelta lo vio: varios cadáveres de hombres se amontonaban en una esquina de la habitación. Algunos estaban sentados en sillas, y otros, en estado de descomposición, tenían el pene destrozado, con cara de dolor y restos de semen reseco en el vientre.
- Eres un chico malo –dijo ella mientras levantaba la silla y le volvía a sujetar el pene-. No te muevas o saldrá mal la operación.
Cada vez que ella lo agarraba sangraba aún más al apretarlo. Tiró hacia arriba de una punta de la piel que le recorría la herida, dejando a la vista la carne interna del pene de Mike.
- Mmmm… Tienes un pene muy bonito, cariño –dijo, mientras inclinaba la cara hacia él.
A Mike ya se le saltaban las lágrimas de dolor, y no podía soportarlo más. Gritaba y lloraba, pero seguía totalmente inmovilizado. Neira se acercó a él y empezó a lamerle la carne desnuda que acababa de dejar sin piel, mientras veía el rostro de Mike retorciéndose desde las entrañas.
- Creo que todavía no estás curado, debemos seguir con la operación.
Él intentó articular, aunque en vano, un “no” de desesperación. Fue inútil: el calcetín le tapaba por completo la boca, el dolor no le dejaba más que agonizar y las lágrimas ya casi le impedían ver.
Ella terminó de desnudarse, volvió a coger el bisturí y lo clavó de nuevo en el prepucio, esta vez por el lateral. Intentando arrancarle la punta lo hincó del todo, y la sangre empezó a manar a chorros; el suelo estaba encharcado cuando ella consiguió arrancar todo el prepucio y dejó caer el pene flácido al suelo. Mike, inmóvil, gritaba una y otra vez, inútilmente, intentando que alguien le escuchara. Ella le arreó una bofetada y le secó las lágrimas. Entonces Mike la vio mientras se empapaba de su sangre con la amputación: empezó por los pezones, después lo lamió y se lo restregó por la cara, el cuerpo entero y todo el vientre, dibujando una flecha hacia su vagina con la sangre. Lo tiró al suelo y, prosiguiendo su tortura, comenzó a besar el cuerpo de Mike y a seguir tocándole.
De repente, paró, y su cara se iluminó con una cara perversa.
- Ya sé cómo curarte.
Empezó a dar mordiscos enormes al pene de Mike, o a lo que quedaba de él. Su víctima gritaba y se desangraba, mientras ella le regurgitaba la sangre en la boca. A los cinco minutos ya no quedaba apenas nada de la extremidad, y Mike casi había perdido el sentido, pero el dolor no le dejaba desmayarse. Cuando ella agarró de nuevo su arma de tortura le rasgó el cuerpo: los brazos, el pecho, las piernas… Hacía dibujos con el filo, y jugaba cada vez que brotaba la sangre de una pequeña herida. Llegó un momento en que él se desangraba de tal manera que estaba a punto de morir; al darse cuenta, Neira paró.
- Cariño, te veo mala cara, ¿estás bien? –dijo, quitándole el calcetín de la boca.
- Ahhh… ahhh… -Mike gemía sin fuerzas, agonizaba en su dolor-. Puta…
- Mike, cielo, esas cosas no se dicen –le miró con cara inocente, pero con la locura brillando sobre las pupilas.
- A… asesina… ahh… -logró balbucir mientras escupía un chorro de sangre.
Ella cogió unas tijeras de la mesa, agarró la lengua de Mike y, mirándole, la cortó de un tijeretazo.
- Cielo, yo soy buena… Juego con vosotros y os doy mi cariño. Yo solo juego: ellos son los que decidieron irse. Yo no les quité la vida.
Mike la miró con la cabeza agachada, alzando la vista con esa mirada que solo puedes poner antes de morir.
Ella sonrió.
- No me mires así, cariño. Yo no he matado a nadie.